lunes, 4 de enero de 2010

Haber no soy David, soy Laia y bueno como no se hacía el blog ni a la de tres, pues aquí estoy.
Os voy a contar la historia de una chica de 17 años llamada Effy.
Effy era una chica diferente a las demás, ella era muy callada, vestía de una forma peculiar y su carácter era un tanto difícil.
Effy se sentía incomprendida por los demás y aunque intentaba acercarse a la gente, nunca le hacían caso.
Sus compañeros de clase siempre la ignoraban, o se burlaban de ella. Effy no entendía que había hecho para merecer ese trato hacia ella.
En el peor de los casos se metían con ella hasta dejarla por el suelo, pero ella siempre se levantaba.
La mayoría de los días llegaba a casa llorando, aunque su família no se daba cuenta de ello.
Effy sabía esconder muy bien su dolor. Se ocultaba detrás de una máscara muy bien construida, no dejaba que nada ni nadie viera sus sentimientos.
No tenía amigos, su gato era su mejor amigo. A él le contaba todas sus penas, su rabia, su impotencia hacia la vida...
Se sentía muy sola, demasiado sola, tanto que empezó a cerrarse al mundo; no quería salir de casa, no hablaba,...
Pasaron los meses y Effy no aparecía por el instituto. Su família intentaba hablar con ella sin demasiado éxito, simplemente se quedaba sentada en un rincón, con la cabeza agachada, y sin decir nada.
Sus padres estaban desesperados con ella. Intentaron llevarla a psicólogos, y nada funcionaba.
Un día llamó a la puerta una chica de la edad de Effy. Decía llamarse Michelle.
Michelle era compañera de clase de Effy. Aunque nunca habían hablado, Michelle sentía necesidad de conocerla, pero nunca había tenido el valor de hablar con ella, por miedo al que dirían.
Ese día Michelle había ido a su casa porque estaba preocupada por ella.
Su madre acompañó a la chica a la habitación de Effy.
Entró y se sentó junto a ella.
-Effy... ¿Me oyes?-dijo-Estoy preocupada por tí, ya no vienes a clase y... no sé... yo...
Mira yo siempre he querido conocerte mejor, siempre he deseado poder ayudarte, aunque no me atrevía.
Pero eso era antes cuando era una estúpida que sólo pensaba en el qué dirían.
De pronto Effy habló.
-¿Por qué has venido?
-Effy...
-¿Por qué has venido? -se limitó a repetir-.
-Ya te lo he dicho, estaba preocupada por tí.
-No tienes porqué hacerlo, estoy bien. Vete.
Michelle no dijo nada y se marchó algo triste.
Cuando escuchó cerrarse la puerta de la calle, Effy se hundió en un mar de lágrimas.
Unos días más tarde, un chico nuevo se mudó al lado de Effy. Tenía 18 años y era bastante guapo.
Se llamaba Matt y su estilo era rockero, con camisetas de grupos y pantalones vaqueros.
A través de su ventana observaba a Effy todos los días, y ella empezaba a molestarse un poco.
Aunque él intentaba disimular su interés por ella, se le notaba demasiado.
Hasta que al final Matt le dijo:
-Oye, no sé cómo te llamas, pero me gustaría conocerte. Tu alma me fascina.
Ante eso Effy se quedó perpleja. ¿Qué quería decir con eso?
-Mi nombre es Effy.
Y acto seguido bajó la persiana.
Al día siguiente Matt la esperó en la ventana, pero no apareció. Y así pasaron los días hasta que por fin volvió a verla.
-Effy... Creí que no volvería a verte...
No dijo nada.
Al cabo de 10 minutos ella contestó:
-¿Qué te pasa conmigo? ¿Porqué me hablas?
-Yo... -Matt se puso nervioso. Nunca una chica le había hablado así-.
Y Effy sin quererlo ni preverlo rompió a llorar.
-Effy... ¿Por qué lloras?
-¿Eh? Yo no estoy llorando... -dijo mientras negaba la evidencia-.
De repente Matt saltó de su ventana a la de ella, dejándola algo asustada.
-¿Qué haces?¿Estás loco? ¿Acaso quieres matarte?
- Sólo quería parar tus lágrimas...-y entonces se sonrojó-. Effy yo desde que te vi, quise acercarme a ti, yo... puedo ver el dolor en tus ojos, y me gustaría que me dieras la oportunidad de curarlo.
Effy no pudo comprender los impulsos de su cuerpo cuando le abrazó.
Matt continuó hablándole:
-Mira yo no creo en flechazos ni esas cosas, pero contigo sentí cosas que no puedo explicar, una extraña sensación, como si te conociera de antes.
Dame la oportunidad de que me conozcas.
Estuvieron toda la noche hablando sobre sus vidas. Matt se sintió muy mal cuando Effy le contó su experiencia con la gente.
-Yo... yo nunca te haré daño. Es más si te hieren a ti, me hieren a mí también. Sería incapaz de hacerte nada. Si eso pasara no sería capaz de soportarlo.
Effy se acercó a Matt y le besó.
No entendía qué estaba haciendo, ni le importaba.
Se durmieron apoyados uno contra el otro.
A media noche Effy se despertó. Al ver a Matt dormido, una sonrisa iluminó su cara. Hacía mucho tiempo que no sonreía. Lo observó detenidamente. Realmente era una monada, tan inocente pero tan maduro a la vez. Se sintió nerviosa.
Se preguntaba una y otra vez qué había ocurrido, y no hallaba respuesta. Todo era una locura.
De pronto otra locura cruzó la mente de Effy.
-¡Matt, Matt despierta!
-¿Qué pasa?-dijo con voz dormida-.
-Vámonos lejos, muy lejos de aquí.
-¿Qué? Effy... ¿Hablas en serio? ¿Cómo quieres que nos...? ¡Vámonos!
Matt de pronto cambió de opinión, sin saber porqué.
Cojieron una mochila y pusieron lo básico. Y sin hacer ruido se fueron por la ventana. Cojieron el coche de Matt y condujo millas y millas. Pararon para descansar y dormir un rato.
-¿Qué hemos hecho?-preguntó Matt medio riéndose-.
-Cálla y bésame, tonto.
Y con un beso concluyó la conversación.
Matt y Effy huyeron lejos de sus hogares, llamaban frecuentemente, pero nunca decían donde estaban.
Nunca entendieron sus actos, sólo sabían que se amaban con locura. Y el resto no importaba.